¿Cuál es el terror supremo del
neurótico?
¿Qué miedo fundamental oculta en su caja de Pandora
este niño asustado, refugiado bajo capas y más capas de síntomas
(ansiedad, tristeza, adicciones, etc.)?
Su horror básico es
descubrir que realmente está solo en el mundo, que sus apegos
familiares están envenenados, que en cierto modo fue siempre un
huérfano, que su vida entera está llena de mentiras y en última
instancia es un fracaso, que nadie podrá salvarlo jamás.
Siente
pánico a sufrir este terrible desengaño (que intuye oscuramente), a
perder para siempre su última ilusión de ser amado
incondicionalmente como un niño, a admitir que ya no lo es y que
resulta inútil –y patético- seguir soñándolo.
Pues la más
terrible y abrasadora verdad es ésta: el tren de su infancia pasó
para siempre.
La neurosis nace, en efecto, de la terrible nostalgia por una infancia fallida y, en consecuencia, la búsqueda continua, inconsciente e insaciable de una segunda oportunidad.
La neurosis nace, en efecto, de la terrible nostalgia por una infancia fallida y, en consecuencia, la búsqueda continua, inconsciente e insaciable de una segunda oportunidad.
¡Vana
fantasía! Para eludir este drama, el niño aterrado inventa en su
refugio toda clase de estratagemas: olvida o se aferra al pasado,
deforma su memoria, idealiza a la familia, se culpabiliza, finge
perdonar, duda del psicoterapeuta, se enamora del psicoterapeuta,
viaja compulsivamente, se refugia en la promiscuidad, trabaja hasta
el agotamiento, etc. Pero el tiempo no perdona y la añorada
felicidad no llega...
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